Aquí echaron las bases para continuar con ellas.
Así, organizaron democráticamente la comunidad e hicieron realidad por primera vez

en el país el sufragio secreto; la educación fue una de las prioridades, al igual que la práctica espiritual. La plantación de centenares de hectáreas con viñedos fue un éxito hasta que la industria vitivinícola entrerriana se vio, desde 1914, atropellada y arrasada por inspectores oficiales: se proponían proteger poderes e intereses monopólicos cuyanos destrozando con picos toneles y alambiques. En 1936 una ley inmoral impulsada por el diputado conservador Patrón Costas, se hizo eco de los reclamos del gobierno mendocino que se quejaba por la competencia nacional e internacional de Entre Ríos. Todo desde las sombras, inmerso en un tufillo sutil y corrupto. La provincia era gobernada por el señor Tibiletti y a ese tiempo la gente lo llamó “la década infame”.
Trasladado a los protagonistas de un trabajo herido para siempre, pegados a la bronca y al desánimo, ¿habrán sentido en aquellos momentos algo menos que el desfondarse del orden establecido?
La adversidad no consiguió encorvarlos, pero esto es un ejemplo de lo que no debe hacerse. La autoridad emana sólo del pueblo y es a él a quien deben servir, en cualquier tiempo, los que pretenden ser sus representantes.
La fuerza de hoy no podría corregir lo que lamentablemente “ya fue” pero su tratamiento light o simplemente periodístico no ayudaría a galopar hacia la transparencia histórica.
La tradición de la vitivinicultura desarrollada en la Colonia San José, coincidente con los intereses del país, quedó en el tiempo como un milagro mutilado.
Los colonos nunca fueron, sin embargo, rehenes de la tristeza en sus propósitos de hacer de éste, el posible hogar que busca todo exiliado.
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